domingo, 4 de noviembre de 2007

ciutat dels ponts



Había olvidado el frío. Había olvidado el olor a romero, el olor del tomillo y el agua helada. Olvidé todos los caminos de la montaña, pero no la montaña, que mis ojos intentaron en vano recorrer desde la distancia. A esta altura el frío es frío aunque de día el sol se acerca y no me escondo. Me dejo acariciar y él me embriaga, me reconforta. Intento recuperar ausencias... Cada vez son menos los vivos familiares que restan por aquí. El parentesco se va alejando y los abrazos se brindan a tíos y primos, segundos o terceros, y no consanguíneos hermanados por el afecto en el tiempo. Així et pots trobar a algú que formi part de l’enramada personal, encara que sigui una de les fulles més llunyanes. Pero los reencuentros son añoranza, apenas saludas te empiezas a despedir. Quan tornareu? Qui ho sap... El tren ja tremola, és hora de dir adéu, i em sembla veure a l’estació un avi de noranta anys que em saluda amb les llàgrimes del seu únic ullet.

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