lunes, 30 de noviembre de 2009

al vuelo

Siempre hay una música esperándome en algún lugar. En medio de la calle, en el metro, en los altavoces de un bar con olor a fritanga, en el tren, en la tele de una tienda, en el móvil de algún desconocido. En el organillo de un mendigo. En el concierto de un parque aunque hoy no sea domingo. Todas me asaltan por sorpresa y a todas las atrapo, entusiasmada, intentando descifrar el mensaje que viene encerrado en la botella del tiempo. No es simple casualidad, o sí. Y aunque sea así, porque sí, esas músicas son para mi, lo sé. Así lo siento. Son el hilo conductor de aquel día, un pensamiento, un presentimiento, un estremecimiento, una distracción. Le dan forma a lo intangible. Me construyen, me deforman, me deshacen, me encienden, me atraviesan, me intoxican. Y yo me dejo llevar por ellas. En su deformidad, con su intermitencia, por la caricia del ruido, con sus letras torcidas, enredadas a causa del frío. Si las adivino son mi conquista, si me añoran, me acuno. Si me seducen las persigo, intentando guardar mis sueños en el silencio que se esconde entre una nota y otra.


sábado, 28 de noviembre de 2009

la mirada del loco


Acaba de irse. La mano me quedó ardiendo. Duele. Corroída por escarabajos que bailan bajo mi piel. Su mano está sucia, las yemas de los dedos, negros. Los veo de reojo cuando me dice mira aquí, después de haberme dicho que mis ojos son “bonitos”, antes de pedirme los 50 céntimos que aplacarán su hambre. Pero antes de todo esto, sólo se había acercado para pedir, como hace en cada trayecto, un cigarro.


_ No fumo.

_ Tienes unos ojos muy bonitos.

_ Gracias.

_ Mira aquí.

_ No

_ Dame cincuenta céntimos. Sólo son 50 céntimos. Tengo hambre.

_ Si quieres... Te doy mi merienda.


El loco aparenta no escucharme, va de pasajero en pasajero pidiendo los cincuenta cigarros céntimos. Pide con el aliento en las pestañas, con la flexión de las rodillas, con la curvatura de la espalada, con la saliva que se escurre por el lagrimal de su boca.


_ Aquí te la dejo.


Mi voz no lo alcanza. Tres o cuatro cincuenta veces más pide y vuelve a pedir acercándose a cincuenta milímetros de los rostros céntimos. Imposible evitarle la mirada. Coloca su dedo índice entre mis ojos, justo en el valle donde acaba o empieza la nariz y me pide que mire.


_ Ahora mira aquí.


Lo hago de reojo, para no dejarme atrapar por el mundo que esconden sus cristalinos verde mar. Si miro me pierdo, pero si veo hacia donde él me señala me convertiré en cíclope. Lo podría devorar.


_ Tienes unos ojos...


El loco no puede referirse a la belleza de mis ojos. No como tal, marrones, normales, valiosos ojos. Mis ojos. En cambio para él, mi mirada afirma su existencia. Define, con una exactitud desesperante, más precisa que cualquier espejo/ventana de cualquier vagón, su lugar en el mundo. Develo su ser. Pero mientras él se concreta, yo me voy desvaneciendo.


_ ¿Tienes un cigarro?

_ No.

_ Dame cincuenta céntimos.

_ No.

_ Tienes. Tú tienes. Sé que tienes.

_Te doy mi merienda. Si quieres. Si la quieres... Te la dejo aquí.


El loco me coge de la mano y se acerca tanto que ya está dentro de mí. Soy él. Un reflejo deformado. El deseo. Su hambre. Las manos ardientes enterradas cual agujas. Soy la herida. La angustia. Su respiración. El vértigo de la posibilidad. Hasta que desvío la mirada y me extravío en el paisaje. Sólo le queda destapar el paquete. Y lo hace con su mano, que tantea, garrapatea hasta atrapar la presa. Pero antes de abandonar el vagón, antes, incluso, de acometer una nueva ofensiva, ha devorado la única huella de su intuición: la magdalena. La única prueba física de su conciencia. La chispa. Una milésima de realidad, para él convertida en ficción.

martes, 24 de noviembre de 2009

un instant de no res

Son las 13.57 y mi cara se quema con el sol de noviembre. 23, para ser exacta. Quedan muy lejos los gritos de los niños en el patio del cole. Casi irreconocibles. Una bandada de pájaros. Podría ser. Un insecto desafinado. O el transeúnte malherido que se bate en retirada. Sabadell reposa tranquila a estas horas, nada la estremece. Casi nada. Ahora las campanadas de una iglesia la hacen temblar. Un poco. Sólo es un instante. Marcan las 14.00. No más. Y heme aquí. Apartada de todo, dibujando un cuadro costumbrista. Me acerco tanto, me concentro tanto, que ahora desenfoco. Rutina de un martes en l'estruch. Papel tapiz tras papel tapiz, pasando de las flores al dorado, hasta que llegue al vinotinto sin sedas ni satén. Mis pantalones se van endureciendo con el uso, con el paso de los días. Hay trozos con apariencia de vida acartonada. Piel de cola y selladora. Es otra manera de escribir un poema. Más basta quizá. Igual el pantalón es el reflejo de algo que hay más allá, la metáfora del work in progress. Sí, se nota que han pasado los días, casi dos meses que voy atravesando la sabana, enfilando el pensamiento sobre un tren, hilvanando el debe y el haber de mi historia. Personal. Todo es personal, al cap i a la fi. Hasta el dinero es personal. Al cap i a la fi, no brota, no florece. Alguien lo da. Al cap i a la fi, enternece la conciencia. En fin, ablanda cualquier moral. Me fui del tema, si es que había alguno. Sí: heme aquí. Bajo un noviembre de sol sabadellenc, fent guixots amb el deliri de les 14.06. Deu ser el sol que m’aferra al terra, i aquest llapis ensinistrat que avança tot sol. Fins ara. Fins aquí.

Ara mano jo














14.19 ... encara sóc aquí. I què bé que se està sota aquest sol de novembre a Sabadell!

jueves, 19 de noviembre de 2009

la sonrisa irónica

Lo siento Jaume, mañana no iré a tu funeral. Sólo quiero escribirte, lo haré como en el Insti cuando quería comunicarme contigo, cuando quería decirte algo importante, algo sentido. Y lo hago desde el blog, porque con un poco de suerte te pesco con la red!


Contigo aprendí y me peleé contigo. Me enseñaste la esencia de la tragedia, y la dirección de actores con el melodrama. Me mostraste la delgada línea que separa la acidez de la melancolía. Dibujaste un camino lleno de obstáculos en mi Ff.1. Pero mis años de estudio los transformaste en un premio extraordinario al final de la carrera. Gracias.


A ti te debo San Miniatto y te debo Diderot, Octave Mirbeau, el diccionario de Pavis, tu diccionario mínimo y “La importància de ser Frank”. Tuya es la traducción que me regalaste a través de una rifa amañada, justo antes de que te atrevieras a entrar con otros al Kentuky del Raval.


De ti guardo miles de palabras ahumadas con tabaco negro, pronunciadas de forma pausada, tan mordaces siempre, tan lúcidas, tan perspicaces como hirientes. “Da igual el género que emplees, Tays. Lo que importa, lo verdaderamente importante es allò que vols dir”. Autodidacta. Nihilista. Maestro. Desconozco el lugar donde te escondes. A lo mejor no hay más lugar que éste. Pero mientras yo esté en él, te llevaré conmigo.


Feliz viaje a la nada company!