domingo, 6 de diciembre de 2009

de encuentros y azares


Como aquel que lleva libros o pañuelos dentro de su bolso, yo cargaba con un acta de defunción en mi bandolera. La de un desconocido. La había encontrado en el banco de una estación del metro. Dentro de un sobre. Lo cogí con la desconfianza que se manifiesta hacia todo aquello que no viene recomendado, que no es presentado, que no es entregado por alguien que lleve marca de oficio, o al menos que consiga rozarte con la anestesia de lo habitual.


La estación estaba casi vacía, todavía vibraba en el aire la resonancia producida por el último convoy. Por su huída precipitada. Aunque eran las 12 del mediodía y el andén pronto fue invadido por corredores de salto con vaya, carteristas, hombres con zancos, paracaidistas y mujeres con barba.


El sobre lo cogí con cierta reticencia, mirándolo vuelta y vuelta, cual bistec vuelta y vuelta, sin encontrar Barcelona en los datos del remitente ni del destinatario. Lo lógico era poner el sobre dentro de otro sobre y enviarlo. Pero, ¿y si las señas nada tenían que ver con aquello que habitaba en el interior del paquete?


Me asomé dentro del sobre. Como si buscara la voz del dueño, como si quisiera encontrar el mapa del tesoro, intuyendo que el camino de regreso estaría inscrito en alguno de los papeles que contenía. Así que los extraje, lo suficiente como para inspeccionar los encabezados sin violar el contenido. Pero al no ser bastante decidí pecar. Invadí el terreno del otro con el ánimo de ayudarlo, pero abandonada la estación, el vagón no era el mejor lugar para cometer un delito, al menos no éste y los volví a guardar. A penas si había tenido tiempo de leer Subsidio por defunción, y darme cuenta que el resto del contenido era toda la documentación que suele exigir este tipo de impresos: la biblia de una vida en papel sellado.


Más de tres horas cargué con un sobre que latía apenado, oculto entre mis cosas, hasta que llegué a casa y finalmente lo pude desnudar. Una a una, fui revisando todas las hojas, hasta que até una escueta pero dramática historia, sobre todo a causa de la edad del fallecido. La mía. El año de su nacimiento fue el detonador de mi empatía, por él, por un muerto, por alguien que no conocía.


Después hice una llamada, al poco obtuve la contestación esperada y dos horas más tarde me reuní con la persona que facilitaría la devolución de los documentos. De mis manos hasta las manos de unos padres, más desconsolados que mayores, aunque en realidad lo fueran.


El encuentro duró mientras las palabras sobrevolaron el recuerdo del amigo muerto y las circunstancias de su abrupta desaparición. No había posibilidad ni ánimo para nada más. El agradecimiento, el rechazo de una posible “recompensa”, el consuelo de su parte cuando me invadió la tristeza y el adiós.


_ No sé si tornaré a veure't. Però, si més no... ànims!- Me dijo.


Giré. Supongo que él hizo lo mismo, para después tomar un camino contrario al mío. Deshaciendo sus pasos, alejándose con extrañeza de la casualidad que lo había llevado hasta mí.

5 comentarios:

Rai dijo...

Si tu historia es real, tuvistes agallas; si no lo es, si se trata de una alegoría... no sé de qué forma, pero supongo que también las tuvistes.

Por cierto, es normal desconfiar de lo desconocido; no deberíamos, pero todos, a nuestra manera, lo hacemos... Quizá si me encuentro un sobre en el próximo metro que tome, siga tus pasos y lo abra.

Un abrazo, Tays

la sonrisa del calabacín dijo...

Mi historia es real. Y supongo que lo que ocurre es que un paso te lleva al otro, y como tú mismo señalas, la valentía fue haberlo tomado entre las manos... y abrirlo. Es como esos mails, de remitente desconocido que podrían o no llenarnos el ordenador de virus. Y yo piqué y salí... No sé cómo salí, en realidad muy tocada. Viví la experiencia como si hubiera estado inmersa en una doble realidad, la mía y otra paralela.
Un abrazo, Rai.

laianonell dijo...

i m'escapo a semi-altes hores per esquivar el rellotge que ja dorm i llegir amb calma les teves, malgrat tot, sempre agradables paraules

CC dijo...

Que historia tan triste.

la sonrisa del calabacín dijo...

Les teves sí que en són d'agradables. Moltes gràcies! Et llegeixo melancòlica, quizás...?

CC siempre es un gusto inesperado saberte testigo de los abismos de mi sonrisa. Buen finde!