Apoyo la barbilla sobre la mano y voy mirando. Mucho rato. Miro por la ventana y veo cómo las hojas se dejan caer. Cuando esté desgastada, arrugada y me encoja, volveré a mirar por la ventana y levantaré una mano en señal de despedida. Sin saber cuándo lo volveré a ver. Lamentando no haberlo acompañado hasta el coche, hasta la esquina, hasta la acera de enfrente. Cada uno a su sitio. Él fuera, yo adentro. Y pasaré el día esperando, los días, la bragueta abierta, el lamparón en la falda, por collar un babero, sentada en un coche sillón. Al final te vuelven a arrastrar, lo mismo que al principio. A limpiar. A regañar.
Estoy trabajando, la cabeza ida, pasando las horas en este casi nada que hacer. Poca cosa. Muy pocas. Soy la voz de la residencia, la que dice lo que han dicho. Reparto lo que llega. Aunque aquí llega muy poco. Una carta, un tesoro, una llamada, una palabra. Lo siento. No hay para todos. El resto del tiempo leo, sino escribo, sino... divago. Ensimismada, aletargada, idiotizada. Así llego muy lejos. Ahogada en mi. Círculos concéntricos en fuga permanente. Separada de todos ellos por la edad. Y no me aburro, tengo fecha de caducidad.
- Nena! Si alguien pregunta por mi, tú diles que me he ido todo el día. Que me he ido fuera. ¿Sabes a dónde? Tú no se lo digas a nadie. ¿Sabes dónde? Al cementerio.
2 comentarios:
Que triste, no?
He tardado mucho en encontrarle una respuesta a tu pregunta... Y la respuesta es no, o no solamente, según cómo lo mires. Lo cierto es que es terrible. Después de un mes con ellos he conseguido matar cualquier pincelada bucólica que pudiera encontrarle a la vejez. Si la vejez en sí misma ya es terrible por la degeneración física a la que te somete, aún lo es más si llegas a esa edad sin haberlo aceptado, sin haberlo comprendido, y lo que es peor, arrastrando las mismas deficiencias, las mismas carencias que tenías cuando eras una persona "productiva"... Ahora están abocados a la nada, a la espera, mendigando inútilmente la atención que no supieron dar. A esa edad te conviertes en hijo de tu hijo, y él nunca podrá hacer lo que nadie le enseñó a hacer: ser una persona tolerante, respetuosa, amigable, cariñosa y sobre todo: generosa. Son pocos, muy pocos los que lo consiguen. Y es entonces cuándo te preguntas, cómo hemos sobrevivido siendo tan malqueridos, tan malquerientes?
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